Textos

La reina malvada

Vuelvo a estar en blanco, delante de una hoja sin saber qué escribir por enésima vez desde que te marchaste. Desde que me dejaste sola en un mundo del que juraste protegerme. Pero, en lugar de eso, me diste la espada y el escudo mientras decías “mátate tu los dragones, no eres suficiente princesa para mi”.

Y yo fui esa idiota que se quedó sentada en ese portal esperando a que volvieras, la misma que volvía a esa parada de metro esperando a que fueras a recogerla pensando que el mundo sin ti se le quedaba demasiado grande. ¿Por qué no iba a creerte? Me lo prometiste mil veces.

Pero claro, las promesas, al final, son solo palabras. Los finales felices son historias sin acabar y ahora dudo que la nuestra ni siquiera llegase a empezar. Aún así, me convenciste de que no era suficiente princesa para nadie.

Así qué me quité ese dichoso vestido pomposo y lleno de colores y me vestí con unos pantalones negros rotos y una camiseta de tirantes también negra. Me bajé de los tacones, demasiado incómodos para pelear, y me calcé unas botas negras llenas de arañazos por andar sola por los bosques. Dejé lo de ser princesa para alguien a quien le quedase bien el color rosa y decidí ser lo que nadie me había enseñado jamás a ser: yo misma.

Dejé todo lo que tenía atrás, contigo, y vi como os marchabais de la mano juntos riendo de la pobre desgraciada que se había quedado sin nada. Te llevaste mis sueños, los que jurabas que eran nuestros. Te quedaste con mi fortaleza y mis ganas de seguir viviendo. Te lo llevaste todo para no volver, dejándome solamente esa dichosa espada y toda esa música que sigue recordándome que algún día fue tan estúpida como para creer en los cuentos de princesas salvadas por el amor de su vida montado en un caballo blanco. Pero gracias.

Gracias, porque dejé de ser la pobre ilusa que espera en una torre custodiada por un dragón a que alguien la viniera a rescatar y me convertí en la reina de dragones. Gracias, porque dejé de ser aquella niña asustada que esperaba a que la ayudases a subir al caballo y la llevases a tu castillo, para ser la chica que se buscaría la vida para llegar a su destino. Gracias, porque me convertiste en lo que soy ahora: una chica vestida de su color favorito a la que no le importa lo que piensen los demás. 

Colgué tu escudo y tu espada, pues ¿quién los necesita teniendo a un dragón de su lado?

Después de todo, tenías razón, nunca fui suficiente princesa para ti. No soy esa chica que se queda esperando a que le digan como vivir. No me gusta vestir de colores claros ni con vestidos pomposos encima de unos tacones demasiado altos para salir corriendo. 

Me convertí en la reina malvada. La que dejó los cuentos para aquellas que aun creían que necesitaban ser salvadas en lugar de aprender a escalar la torre por su cuenta. La misma que se subía a los tacones porque le sentaban bien y no para impresionar a nadie. La que vestía con el color de su corazón: el negro. Y la que dejó al lado el té y las pastas y lo cambió por la pizza y la cerveza. La misma que se dio cuenta que ni todas las torres son tan altas, ni todos los dragones tan fieros como para ser temidos.

Gracias, porque me convertí en la princesa no salvada. Que realmente, a fin de cuentas, eso son las reinas malvadas: princesas que nadie nunca se atrevió a salvar. Así que se salvaron ellas mismas.

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