A veces también se llora de felicidad
Birmingham. Las 6 de la tarde delante de la O2 Academy y detrás de una cola mucho más larga de lo que esperaba para ser una hora antes de empezar el concierto.
Las fans se cuentan por cientos y todas de distintas edades y círculos sociales. Chicas de negro y chicos aplicando ese color a sus ojos maquillados, igual que el cantante en sus antiguos videos.
Madres acompañando a sus hijas, grupos de amigos y alguna que otra persona solitaria en esa calle delante del recinto. Entre toda esa gente, yo, una chica española que ha viajado exclusivamente hasta Birmingham solo por él. Solo por poder ver en directo al cantante que me robó el corazón con 14 años y, a la vez, escuchar la voz que lleva acompañándome toda mi adolescencia, y para que negarlo, con 26 años sigue siendo una fiel compañera diaria.
La cola empieza a avanzar y poco a poco entro en la O2 Academy con los nervios a flor de piel y el corazón en un puño. Mientras todos los asistentes ocupan sus respectivos lugares, observo con curiosidad como se vive un concierto en la lejana Inglaterra. Risas, fotos y cervezas seguidas de chillidos pidiendo que aparezca el único artista que tiene a tanta gente tan distinta reunida en un mismo sitio.
Andy Biersack entra en escena justo después de la telonera, hora y media después de que se abran las puertas. El concierto empieza como todos, con gritos y aplausos seguidos de la voz de aquél chico de 29 años que nos ha conquistado a tantos con su música. La primera canción no hace más que revelarme que el viaje, los nervios, los ahorros y la espera han valido la pena. Ahí está él. Mi cantante, mi pequeña válvula de escape en los días malos y mi gran satisfacción en los buenos. Él. Tan real que parece mentira y a la vez tan profesional como siempre lo había imaginado.
El público de Birmingham es mucho más entregado de lo que esperaba. Bailan, cantan y aparecen carteles proclamando el amor incondicional por aquél cantante tan peculiar. Entre canción y canción, Andy siempre tiene unas palabras para todos los que estamos ahí llegando a interactuar con nosotros de una forma tan cercana como si fuese lo más normal del mundo.
Sigo sin poder creerme que esté tan cerca de él. Su voz es mil veces mejor en directo, como suele pasar con los buenos artistas. A la vez verle ahí cantando todas y cada una de mis canciones favoritas es un sueño hecho realidad. La sala desaparece, el mundo en general deja de tener cabida en mi mente. Y como si llevasen tiempo esperando para ese momento, justo sin yo ser consciente de lo que estaba pasando, me echo a llorar. La primera vez en un cuarto de siglo que lloro de felicidad. Lágrimas acompañadas de una sonrisa que refleja a aquella chiquilla de 14 años tan perdida en la vida y, a la vez, a la chica que sigue algo perdida pero que en ese momento está en su lugar. Música, sentimientos y artistas sobre el escenario, no puedo pedir más.
Las canciones siguen, una tras otra, hasta que de golpe el recinto se queda en silencio. Andy sonríe, más de lo que lleva haciéndolo todo el concierto, y regala a todos aquellos que estamos ahí algo mucho más valioso que todas las camisetas que venden dos pisos más abajo. Solo palabras de agradecimiento salen de sus labios durante unos minutos. Gracias por todos los años acompañándole en su carrera, gracias por seguir ahí incondicionales y por estar siempre al pie del cañón en cada uno y todos de sus conciertos.
Mientras le escucho no puedo evitar sonreír yo también y me vuelvo a recordar lo afortunada que soy por estar sentada ahí. Sola, en un país extranjero y con gente totalmente desconocida, pero lo curioso es que no me siento para nada una extraña solitaria. Soy simplemente yo. Dándome cuenta una vez más de que me falta el papel y el boli a mano para poder expresar todo lo que me está haciendo sentir alguien tan solo con su voz y sus letras.
El concierto, como todo lo bueno de esta vida, se acaba. Las luces vuelven a encenderse y poco a poco vamos abandonando todos el recinto. Los rezagados aprovechan para comprar una camiseta, un póster o algún que otro souvenir. El frío inglés me recibe al salir por la puerta ya una vez en la calle. Vendedores ambulantes, chicas comentando el espectáculo y, como no, algo de lluvia me dan la bienvenida una vez más al mundo real.
Sonrío, me pongo la capucha y vuelvo al AirB&B que he reservado en esa pequeña ciudad que, sin saberlo, ya se ha quedado con trocito de mí dentro de la O2 Academy. No todos los días viajas sola a una ciudad desconocida, ves a uno de tus artistas favoritos y vuelves a casa con la felicidad que solo regalan momentos en los que descubres que, a veces, las lágrimas pueden ser más dulces si van acompañadas de una sonrisa y, como no, su voz sonando en el Ipod de vuelta a la realidad.
Concierto del mes de julio de 2019